El final del principio: Una historia sencilla para reflexionar

Los invito a leer la siguiente narración (de mi autoría) para que, inspirados en la esperanza de un mundo mejor, empecemos a escribir una historia de vida diferente, en la que logremos articular a todas nuestras actividades un efecto humanizador, menos ligado al consumismo y los estereotipos en pro del Sistema.



EL FINAL DEL PRINCIPIO

En el principio creó D'os los cielos y la tierra. Y creó Dios el agua, la naturaleza, los animales y, por último, al hombre y a la mujer. Y la tierra era un paraíso hermoso. No había contaminación, ni odio, ni hambre.



Entonces los hombres construyeron casas para resguardarse de la lluvia, tener un hogar y para descansar por las noches.



En el día algunos hombres salían a cazar y otros cultivaban la tierra para llevar alimento a casa. Mientras tanto las mujeres se dedicaban a preparar comidas deliciosas y a cuidar a los niños más pequeños.



Por las noches las familias salían a recibir aire fresco a la luz de las estrellas y la luna. Los ancianos contaban historias de dioses y fantasías que los niños escuchaban con mucha atención.



La vida transcurría de manera tranquila y sin mucha novedad. Había tiempo para todo, tanto que los hombres empezaron a preguntarse el porqué de los fenómenos naturales. Entonces empezaron a descubrir principios científicos. Y se inventó la escritura para que ellos dejaran memoria de su existencia en el tiempo.



Así, los más viejos educaban a los más jóvenes y con el tiempo decidieron que era necesario crear escuelas.



Al principio era interesante y divertido ir a la escuela. Aprender era un juego en el que todos participaban, pues no era complicado hacerlo. A través de él los niños adquirían y desarrollaban estrategias que les permitían resolver problemas de la vida cotidiana, al tiempo que se preparaban para disfrutar de las posibilidades que la vida les ofrecía.


Evaluar entonces… ¿Para qué hablar de evaluación en un mundo donde nada de eso hacía falta? Era tanta la armonía que nadie había inventado esa palabra.


Los hombres, sin embargo, no se cansaban de pensar y pensar, y un día se cansaron de tener dioses invisibles y empezaron a darles forma humana con el martillo y el cincel.




Y al ver su propia imagen reflejada en las deidades se sintieron poderosos y dijeron: -¡Vamos a transformar el mundo!


Y el mundo empezó a cambiar:


Construyeron grandes ciudades.




Hicieron uso de la ciencia en forma desmedida y cruel, creando tecnologías poco convenientes para la humanidad. Ya eran poderosos y querían ser todavía más ricos y poderosos con ello.




Las escuelas, que hasta hacía poco eran recintos abiertos y amenos, se transformaron en espacios cerrados donde los profesores se dedicaban a instruir, sancionar, disciplinar y controlar a los estudiantes. Y surgió la palabra “evaluación” y todo, absolutamente todo, comenzó a ser evaluado: la indumentaria, el comportamiento, el pensamiento, el rendimiento, el conocimiento, la eficiencia, la productividad, los procesos, la industria, los servicios, los docentes, los médicos, los ingenieros, la vida…




La vida humana se volvió entonces como una especie de engranaje, en el que todos empezaron a actuar de manera mecánica y el tiempo, que en el principio sobraba, empezó a faltar de manera caótica.




Las ciudades se llenaron de humo, de hollín y de ruido. Los extensos valles y ríos del principio fueron desapareciendo, lo mismo que muchas especies animales.




Mientras tanto los hombres, serios e insertos cada vez más en el sistema, se inventaron nuevos vocablos como “capital humano”, “neoliberalismo”, “libre comercio”… y se hicieron cada vez más esclavos del trabajo y la necesidad de producir y de vender.


Y los ricos fueron cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.


Y hubo mucha desigualdad, hambre, guerras, muerte, soledad, enfermedades y miseria en el mundo. El corazón de los hombres se enfrío y los tiempos antiguos, los del principio, fueron tomados como una utopía para las nuevas generaciones. Nadie creía que alguna vez hubiese existido una vida así.




La tierra se fue convirtiendo en un lugar mecanizado, árido, contaminado, inerte, y un día, cansada de que su situación empeorara, decidió explotar y acabar con todo lo que tenía dentro.



FIN.




En las buenas historias todos queremos un final feliz. Es fácil escribirlo, pero depende de nosotros. Aún estamos a tiempo de reconstruir un mundo mejor, más sensible, más respirable, menos mecanicista, más consciente, más humano. Puede que la vida en el universo no vuelva a ser la misma del principio, pero con un poco de esfuerzo y ganas lograremos que no tenga el final de esta narración. ¡Reescríbela!






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